Como aquel niño que, trastornado por la inminente separación de sus padres, o por otro cambio profundo en su familia, comienza a atar con hilos toda la realidad que le rodea, jarrones, sillas, mesas, todo lo que en el pasado parecía estar unido y bien sujeto a él, pero que ese día se le presenta frágil, difuso y a punto de disolverse; así nosotros nos disponemos hoy mismo a atar con cuerdas esta realidad que nos es tan cercana, los elementos de este parque, y lo hacemos para simbolizar que la naturaleza entera, aquello que hasta hoy nos venía dado y de lo que hemos podido disfrutar, está cambiando y corre el peligro de desaparecer en una ruptura terrible y fatal. Como aquel niño, no queremos que esto suceda. Somos conscientes de que una soga mucho más gruesa y resistente que la nuestra recorre en este instante todos los elementos de la naturaleza, y a nosotros mismos, arrastrándonos hacia un suicidio colectivo. Las enormes horcas de las que todos penderemos son muy conocidas; las vemos cada día poblando el horizonte. Se trata de las GRÚAS. Más allá de todos los falsos iconos y modas, ellas son el símbolo de nuestra época. Son para nosotros lo que para Don Quijote fueron los molinos, gigantes horrendos que hay que destruir. Si bien es cierto que tenemos la locura de un viejo, pero no su valentía, también lo es que no estamos solos, y podemos manifestarnos de forma expresiva. Atemos, pues, con una misma cuerda todos los elementos de este parque, mantengámoslos bien sujetos con el deseo de que ya no cambien, de que no mueran más. Y atémonos después nosotros a ellos, para formar parte del mismo sistema. Expresaremos así varias cosas:
1º, Que todas las formas de vida de este mundo están unidas, forman parte de una mismo tejido de relaciones y comparten un mismo destino (su suicidio es nuestro suicidio); 2º, Que todas las formas de vida se mantienen unidas gracias a un frágil equilibrio del que es preciso ser consciente y que es urgente respetar; 3º, Que lo que a todos nos une es, precisamente, la pertenencia al bien común de la vida, y que unos cuantos individuos dentro del mercado y la política están haciendo uso de la naturaleza como si ésta no fuese un bien común, sino que les perteneciera, llevándonos al suicidio, poniendo en peligro la convivencia misma; 4º, Que, escudados en un sistema legal que asume que todo aquello que no es público o propiedad del Estado, puede y debe convertirse en un bien privado, convierten todo aquello que no sea bosque protegido, parque o jardín municipal en terreno urbanizable, dispuesto así para el mercado, como si no existiese algo común a todos nosotros que es un paisaje, un marco natural en el que vivir, que no es ni público ni es del Estado, sino que es de todos porque a todos pertenece mucho antes de que hubiese Ley, Ayuntamiento, Estado o Mercado inmobiliario, y cuya estatuto común es la condición de posibilidad de toda existencia en la tierra; 5º, Que, no contentos con esto, se felicitan y satisfacen por el escaso número de árboles que han conservado, pero no hablan de cuantísimos han destruido, ni mucho menos de la nulidad que han plantado, como si eso que ahora protegen hubiesen nacido y crecido gracias a ellos, como si la vida misma, el mero ensanchamiento de un tronco o el brote de una semilla (en fin, el derecho común de la naturaleza a existir) fuese algo sobre lo que ellos pudiesen decidir; 6º, Que, ni siquiera contentos con esto, no dudan en convertir un bien básico como es la vivienda en una mercancía más, como si el cambio climático y el devenir desierto del bosque mediterráneo fuese una moda pasajera, otra novedad del mercado; y finalmente, 7º, Que la balanza de la justicia ha dejado de ser tanto neutral como ciega: que, al igual que los cadalsos, su estructura ya no está en equilibrio pues de ella pende el cuerpo de la naturaleza; que, además, la justicia se ha quitado la venda y ya ni siquiera le hace falta fingir que no ve las grúas para mantenerse al margen de lo que está pasando.
A todo esto podríamos añadir un largo etcétera. Así pues, desde aquí reclamamos, en primer lugar, que cada una de las personas que habitan este lugar común que es la Tierra haga un esfuerzo de responsabilidad individual por frenar el proceso de cambio patente ya en todas las estructuras del planeta, y cuya última manifestación es el desorden climático a nivel global. En segundo lugar, que las instituciones tomen medidas urgentes para respetar el equilibrio del medio ambiente y frenar el cambio climático del que todos vamos a sufrir las consecuencias. Y que, finalmente, por si tal cosa no se diera, por si aquel que tiene la capacidad de cambiar algo en todo esto no lo hiciera, nosotros ofrecemos también la siguiente propuesta: Que toda aquella gente que está sacando provecho de la destrucción del medio ambiente, abusando del bien común como si fuese algo privado (empresarios caníbales, jueces corruptos y la peor clase política), que todo ellos se reúnan en un lugar secreto, que aten sus cuellos con sogas aún más resistentes que las nuestras, que suban a lo alto de las grúas gigantes que ellos mismos construyeron, y se cuelguen de ellas. Que se ahorquen. Que hagan justicia. Porque al menos su suicidio no será también el nuestro.
A todo esto podríamos añadir un largo etcétera. Así pues, desde aquí reclamamos, en primer lugar, que cada una de las personas que habitan este lugar común que es la Tierra haga un esfuerzo de responsabilidad individual por frenar el proceso de cambio patente ya en todas las estructuras del planeta, y cuya última manifestación es el desorden climático a nivel global. En segundo lugar, que las instituciones tomen medidas urgentes para respetar el equilibrio del medio ambiente y frenar el cambio climático del que todos vamos a sufrir las consecuencias. Y que, finalmente, por si tal cosa no se diera, por si aquel que tiene la capacidad de cambiar algo en todo esto no lo hiciera, nosotros ofrecemos también la siguiente propuesta: Que toda aquella gente que está sacando provecho de la destrucción del medio ambiente, abusando del bien común como si fuese algo privado (empresarios caníbales, jueces corruptos y la peor clase política), que todo ellos se reúnan en un lugar secreto, que aten sus cuellos con sogas aún más resistentes que las nuestras, que suban a lo alto de las grúas gigantes que ellos mismos construyeron, y se cuelguen de ellas. Que se ahorquen. Que hagan justicia. Porque al menos su suicidio no será también el nuestro.
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